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DOCUMENTAL: The Obama Deception

The Obama Deception (La Decepción de Obama)
Duración: 110 min. (1:51:21) 
Formato: AVI - 480x320 
Tamaño: 693MB 
Idioma: Inglés 
Subtitulos: Español (pegados al documental)













       Según el autor Alex Jones, el fenómeno Obama es una estafa cuidadosamente diseñada por la élite financiera de Wall Street y la Reserva Federal (que no es federal). Él ha sido enaltecido como el salvador, en un intento de engañar a los estadounidenses para aceptar los nuevos planes de la élite financiera. Hemos llegado a una coyuntura crítica en los planes del Nuevo Orden Mundial. No se trata de izquierda o derecha: Se trata de un único Gobierno Mundial. Los bancos internacionales planean saquear a los habitantes de Estados Unidos y convertirlos en esclavos en una Plantación Global. En este film se cubre: Para quién trabaja Obama, qué mentiras dijo, su agenda real, y la gente que rodea la administración Obama. 

La gira del presidente Balmaceda al norte - Rafael Sagredo Baeza



Los niños Cristaleros - Jorge Rojas Flores


La dictadura de Ibáñez y los sindicatos (1927-1931) - Jorge Rojas Flores


El movimiento Obrero en Chile: Sintesis Histórico Social - Jorge Barria


La imaginación dialéctica: Una historia de la Escuela de Frankfurt - Martín Jay


El hombre unidimensional - Herbert Marcuse


Ociosos, vagabundos y malentretenidos en Chile Colonial - Alejandra A. Espinoza



Conversación interrumpida con Allende - Tomás Moulian


El proceso político chileno - Manuel Antonio Garretón



Foch, CTCh, CUT Las centrales unitarias en el sindicalismo chileno - Mario Garcés y Pedro Milos


Verdad y Método I - Hans G. Gadamer



Eric Hobsbawn - Rebeldes primitivos





Ensayo critico del desarrollo economico-social de Chile - Julio César Jobet



Abrir las ciencias sociales - Immanuel Wallerstein



La Dinámica del Capitalismo - Fernand Braudel



¿Qué es esa cosa llamada ciencia? - Alan Chalmers


Historia De La Ciencia Y Sus Reconstrucciones Racionales - Irme Lakatos


Historia y conciencia de clase - Georg Lukács



Teoría de la accion comunicativa II - Jürgen Habermas



Teoría de la accion comunicativa I - Jürgen Habermas



Ciencia y técnica como ideología - Jürgen Habermas




Búho de Minerva - Rafael Echeverria



La Sociedad Del Riesgo Global - Ulrich Beck



Colección Manuel Castells


Globalización Identidad Y Estado En America Latina

La Cultura De La Virtualidad Real

La cuestión urbana. Cap. I

Desarrollo y Democracia, Chile en el Contexto Mundial

Complejidad y Modernidad de la unidad a la diferencia - Niklas Luhmann


Problemas de legitimación en el capitalismo tardío - Jürgen Habermas



La Estructura de las revoluciones científicas - Thomas Kuhn


Epistemologia y Ciencias Sociales - Theodor W. Adorno


La sociedad. Lecciones de sociología - Theodor Adorno y Max Horkheimer


AMÉRICA LATINA: OCASO NEOLIBERAL Y REACCION CONSERVADORA

       
        En la última década, América Latina ha sido el escenario de importantes procesos de cambio que resultaron, con sus matices, en un movimiento de conjunto cuyo corolario podría resumirse en un giro político contrario a las prescripciones emanadas del Consenso de Washington, en el fortalecimiento de los Estados nacionales y en el avance de los procesos de integración regional. Sin embargo, en los últimos tres años, este giro político antiliberal ha debido enfrentar densas constelaciones opositoras, que amenazan su futuro inmediato, cuestionan su capacidad de reproducción y acumulación política y lo fuerzan a definirse más allá de una coyuntura de bonanza externa. El objetivo de este trabajo reside en analizar la actual encrucijada como parte y resultado inevitable de las transformaciones acaecidas en los últimos años.


1. El ocaso del neoliberalismo.

        El cambio de milenio coincidió, en buena medida, con el fracaso del paradigma neoliberal instaurado en torno a 1990. Con el ascenso al gobierno de alianzas políticas de neto signo progresista, América Latina parecía enterrar en el pasado las políticas de libre mercado, y comenzaba la lenta tarea de recuperar discursos incluyentes en sociedades socialmente fracturadas. La correlación de fuerzas inicial era, en líneas generales, relativamente favorable, y hacia 2005 podían verse ya los primeros frutos de la nueva etapa. Si, durante los años ochenta, la recuperación de las democracias y el ocaso definitivo del actor militar como partido privilegiado de la reacción interna y foránea, habían sido reemplazados por la presión de los “mercados” y fondos de inversión, la nueva coyuntura económica abierta luego de 2001 parecía aflojar las cadenas que atenazaban a los sectores externos, y la situación macroeconómica general comenzaba a dar signos que permitían una mayor autonomía política respecto del sector financiero. El latiguillo del “libre comercio” –en rigor, la generación de condiciones óptimas para la expoliación de los recursos humanos, naturales y materiales del continente al menor costo posible por parte del capital extranjero y sus personeros locales- ya no alcanzaba para generar consenso en torno a la continuidad de políticas crecientemente descritas como injustas y regresivas. La recuperación de los términos del intercambio para commodities y otras exportaciones generaba situaciones de superávit en la balanza comercial, que, salvo casos puntuales, alejaban un poco el fantasma de la cesación de pagos.

        En esas condiciones, cuatro ejes de transformación comenzaban a vislumbrarse. En primer lugar, destacaba el nuevo impulso a los procesos de integración económica regional. En concreto, el MERCOSUR comenzaba a mostrarse como una alternativa política y económicamente viable de integración regional, en oposición al Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) pregonada por Washington. En segundo lugar, la situación de Ecuador y Bolivia daba lugar al bautismo político de un nuevo / viejo actor: las comunidades indígenas, largamente marginadas de los procesos de toma de decisión y del aparato estatal. La victoria de Evo Morales, en particular, abría una nueva etapa para los movimientos sociales. En tercer lugar, los países latinoamericanos, en un movimiento común, daban la espalda al FMI, el instrumento privilegiado de presión del Departamento de Estado en la región. Los casos de Argentina y Brasil, que, merced a la buena marcha de sus economías, cancelaban sus deudas y clausuraban su dependencia del poderoso sindicato de inversores, daban muestra cabal de la fortaleza de estos procesos. Finalmente, los países de la región encontraban en la escena internacional nuevos aliados. El estrechamiento de los lazos dentro del G20, que reunía a varias de las economías emergentes –como por ejemplo la India- y el desembarco en la región de inversiones procedentes de China, que al mismo tiempo se abría como un nuevo mercado, alternativo al europeo, daban lugar a asociaciones novedosas, y otorgaban mayor margen de acción a los gobiernos latinoamericanos.

        Estos episodios tuvieron su coronación en la Cumbre de Mar del Plata, celebrada precisamente en noviembre 2005. En Mar del Plata, pudo decir con orgullo Hugo Chávez Frías, la firme posición de Brasil y Argentina había “enterrado al ALCA”, pese a la sorpresiva presencia del primer mandatario norteamericano, George W. Bush, poco adepto a una política latinoamericana consistente durante sus años de gestión en la Casa Blanca.

        Sin embargo, la euforia y el optimismo de aquellos días, densos en historicidad, hoy parecen opacados. Nuevos desafíos, esta vez, en principio, de orden interno, han surgido para desestabilizar a la región.

2. Federalismo, ese caballo de Troya.

        En efecto, si el año 2005 terminaba con la derrota del ALCA, el año 2008 parece signado por la reacción de aquellos grupos refractarios a las transformaciones realizadas, a la integración regional, y a la consolidación de los procesos descritos. Los referendos autonómicos bolivianos y la movilización de los sectores ligados al agronegocio de la soja en Argentina poseen, más allá de sus diferencias, algunos denominadores comunes. En primer lugar, se trata de reclamos sectoriales revestidos de banderas aparentemente progresistas, como el federalismo, la coparticipación y la distribución de la riqueza, pero que esconden la movilización y activación de los sectores históricamente asociados a las estructuras de poder tradicional, con el apoyo de los medios de comunicación y los grupos de interés neoconservadores. Las oligarquías regionales bolivianas y las fracciones reaccionarias de la burguesía agraria argentina han demostrado, en estos meses, con una fiereza inusitada, su oposición fáctica a cualquier proceso que involucre el menoscabo de sus privilegios, ligados a la explotación de recursos naturales y la exportación de bienes primarios, alimentos, energía y materias primas.

        En este sentido, el reclamo de federalismo, autonomía y descentralización de los recursos es doblemente reaccionario. En primer lugar, por su funcionalidad a la estrategia de debilitamiento de los Estados nacionales seguida por el capital financiero y los intereses monopólicos ligados al suculento negocio de las exportaciones. En este sentido, la fragmentación de los territorios no es necesariamente un objetivo explícito. Antes bien, alcanza con el debilitamiento político de su principio de unidad, esto es, el actor estatal, el gran adversario del libre mercado. En segundo lugar, porque ese reclamo de “federalismo” representa, ni más ni menos, la negativa de estos sectores a compartir las rentas extraordinarias derivadas de la exportación de recursos que constituyen monopolios naturales, como es el caso de los hidrocarburos y la tierra. Es decir, se trata de un ataque al corazón mismo de las actuales condiciones políticas: la marcha de la macroeconomía y sus efectos sobre la recaudación estatal. Lejos de ser una bandera progresista, se trata entonces de un reclamo reaccionario, que pretende sumir, o bien, mantener en el atraso a toda la región.

        Cabe en este sentido una reflexión. La etapa actual no es homogénea a escala regional. Pareciera, más bien, que los modelos de acumulación económica y política que se cuestionan son aquellos donde mayor libertad encontró el proyecto antiliberal para crecer en el vacío. Una hipótesis de explicación para este fenómeno podría residir en el hecho de que, tanto en Bolivia, con Sánchez de Lozada, como en Argentina, con De la Rúa, el proyecto neoliberal había derrapado por completo, generando una debacle económica, política y social que arrastró consigo a las fórmulas políticas asociadas al mismo. En Brasil, Uruguay y Chile, por el contrario, la disputa política se presentaba de modos diferentes, toda vez que, en última instancia, el neoliberalismo había gestionado con eficiencia macroeconómica las cuentas nacionales. La lucha por flexibilizar los términos de la hegemonía cultural del paradigma neoliberal en los países mencionados debió pasar, entonces, por procesos más complejos y graduales, que implicaron, muchas veces, el reconocimiento explícito de los “logros” del modelo económico y social. Con un adversario siempre presente en la esfera pública, legitimado por ésta y preparado para el eventual relevo, las construcciones políticas fueron diferentes, y la batalla cultural se presentó con anterioridad, como una contienda en cierta forma preliminar a cualquier cambio significativo.

        En Argentina y Bolivia, en cambio, el terreno para una reivindicación abierta del Modelo de Ajuste Estructural ha quedado, al menos por un tiempo, completamente clausurado. Esto pudo generar la sensación de que la correlación de fuerzas era más favorable para un avance relativamente más rápido y profundo. Sin embargo, el propio éxito de las recetas macroeconómicas, en ambos casos espectacular por su contundencia, conspiró contra un examen más cuidadoso de los términos en que se reformulaba el discurso opositor. La lógica seguida por los viejos personeros del orden establecido consistió en ocupar los huecos ideológicos y culturales de una gestión política más definida por sus oposiciones que por sus propuestas y definiciones positivas. Al apropiarse de “significantes vacíos” como el mencionado “federalismo”, de larga presencia en la tradición política criolla, listos para su resignificación en un contexto completamente distinto, los sectores dominantes tradicionales contaron con la paradójica complicidad de los mismos beneficiarios de las políticas antiliberales: los pequeños y medianos productores agropecuarios, las clases medias urbanas y rurales y alguna fracción de las clases trabajadoras. Pero, sobre todas las cosas, contaron con el aval, tácito o explícito, del capital monopolista, desplazado en muchos casos de sus posiciones dominantes en la década pasada. Por último, los éxitos parciales de estos cuestionamientos se debieron al papel protagónico jugado por el sucedáneo del actor militar y de los mercados en el condicionamiento de las democracias latinoamericanas. Me refiero, desde luego, al papel de los medios masivos de comunicación, verdaderos conglomerados de empresas que reúnen posiciones dominantes en el decisivo circuito de la información, y que en la coyuntura se mostraron solidarios con el capital monopólico.

3. América Latina, zona de seguridad.

        Casi al mismo tiempo, y en una secuencia inédita, el gobierno norteamericano anunciaba la reactivación de la Cuarta Flota, así como el refuerzo de su presencia militar en la región, dentro del marco del Comando Sur. En un despliegue sin precedentes, al menos dos portaaviones y varios submarinos nucleares de última generación volverán a patrullar las costas latinoamericanas, cosa que no sucedía desde los años de la Segunda Guerra Mundial. Ante el reiterado pedido de explicaciones por parte de varios gobiernos de la región, el Departamento de Estado insiste en que se trata de una medida “defensiva”, algo bastante difícil de creer en una región que no se caracteriza por la recurrencia de conflictos bélicos, así como tampoco por la presencia de potencias militares que puedan rivalizar con el gigante del Norte.

        Tal vez podamos encontrar mejores explicaciones a este aparente sinsentido en la reciente evaluación de la situación regional realizada por el propio Departamento de Estado. En efecto, basta remontarse cuatro años atrás. El 24 de marzo de 2004, el General James Hill, en un informe presentado ante el Comité de las Fuerzas Armadas de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, había mencionado tres amenazas a la “seguridad hemisférica”. Luego de referirse al narcotráfico y al terrorismo, señaló: “Estas amenazas tradicionales se complementan ahora con una amenaza emergente, mejor caracterizada como “populismo radical”, en el cual se socava el proceso democrático, al reducir, en lugar de aumentar, los derechos individuales” [1] . Según el jefe del ahora reforzado Comando Sur, esta corriente estaría caracterizada por la habilidad con que “algunos dirigentes […] explotan frustraciones profundas por el fracaso de las reformas democráticas en entregar los bienes y servicios esperados. Al explotar esas frustraciones, las cuales van de la mano con frustraciones causadas por la desigualdad social y económica, los dirigentes están logrando a la vez reforzar sus posiciones radicales al alimentar el sentimiento antiestadounidense”. Como ejemplos concretos de esta tendencia, naturalmente mencionó en primer lugar los casos de Venezuela y Bolivia, pero también señaló “el cuestionamiento de “la validez de las reformas neoliberales”, expresado por los presidentes Luiz Inacio Lula Da Silva y Néstor Kirchner [2] .

        Esta decisión, asimismo, debe ser analizada en el marco del reciente conflicto limítrofe entre Ecuador y Colombia, desatado cuando fuerzas militares colombianas bombardearon territorio ecuatoriano, para luego realizar una incursión limitada, todo ello con el objetivo de asesinar al líder y canciller de las FARC, Raúl Reyes. Como resultó claro en el análisis de los acontecimientos, fue la inteligencia militar norteamericana, paradójicamente asentada en la base de Mantua, en territorio ecuatoriano, la que proveyó la información necesaria para el ataque, y es posible que también el equipamiento y la logística de la operación hayan estado a cargo de la aviación estadounidense. En la controversia diplomática posterior, quedó claro el papel regional de Colombia, que es, después de Irak e Israel, el tercer país del mundo entre los que reciben ayuda militar y equipamiento por parte de los Estados Unidos. En efecto, Colombia, bajo la férrea conducción militarista de Álvaro Uribe Vélez, se ha prestado en los últimos años a una constante estrategia de presión sobre las fronteras de sus vecinos, especialmente de Venezuela. De este modo, aún antes de que se consolide una hegemonía regional alternativa, los Estados Unidos han anticipado ya su negativa terminante a aceptar modificaciones sustanciales en las relaciones de fuerza de la región, incluyendo abiertamente el recurso al poder militar como herramienta para bloquear todo proceso de cambios, por tibio que nos resulte. Debilitada o erosionada su hegemonía a causa de la inevitable destrucción de las economías nacionales bajo el imperio del proyecto neoliberal, la reactivación de la Cuarta Flota renueva la disposición del Pentágono a utilizar cualquier medio a su alcance para garantizar, al menos, la dominación hemisférica.

4. El faro del Fin del Mundo.

        Otro dato preocupante es el concerniente al nuevo equilibrio político europeo. Con las victorias de Nicolás Sarkozy y Silvio Berlusconi, el mapa político del viejo continente adopta claramente un sesgo neoconservador, reflejado en la Directiva Retorno sobre Inmigración, que castiga la situación ilegal de cualquier extranjero con el tratamiento propio de un delito no excarcelable [3] . De este modo, Europa, el aliado natural de América Latina para equilibrar el peso de la dominación norteamericana, amuralla sus fronteras, mientras flexibiliza sus regímenes laborales y disminuye el porcentaje del gasto estatal destinado a salud, educación y ancianidad.

        De este modo, los procesos tibiamente reformistas iniciados en el continente aparecen como un ente extraño en un escenario internacional dominado por las reacciones conservadoras, tanto frente a los efectos de la crisis financiera desatada en los Estados Unidos, como de cara al agotamiento del ciclo de crecimiento económico ligado a la unificación económica de Europa. América Latina, que en el pasado ganó y perdió margen de maniobra al convertirse en ámbito de disputa de los diferentes equilibrios centrales, hoy debe cerrar filas en torno a sus objetivos, frente a un horizonte político bastante poco alentador.

5. Balance para un presente agitado.

        Mientras escribo estas modestas líneas, se profundizan los incidentes en la localidad boliviana de Tarija. Esta localidad, precisamente, era el sitio de un encuentro programado para esta tarde entre los presidentes de Bolivia, Venezuela y Argentina, en claro respaldo de la política nacional llevada a cabo por el primero. Inevitablemente, concluyo que los tiempos de la reacción regional se dirimen hoy en el escenario boliviano. O, al menos, que los opositores han pensado en ello, pues los incidentes en la zona del Aeropuerto Internacional se convirtieron en abiertas protestas contra la visita diplomática de los jefes de Estado mencionados. El referendo revocatorio lanzado por Evo Morales, resistido ferozmente por los prefectos opositores de la llamada “Media Luna”, hace las veces de inevitable termómetro de la situación regional.

        En 2005, era más sencillo concluir de modo optimista cualquier análisis de la situación sudamericana. Indudablemente, los procesos reseñados abren un período de incertidumbre respecto de las posibilidades de la región de resistir al embate combinado, interno y externo, de las fuerzas reaccionarias, así como de profundizar el camino iniciado, hace casi una década. Sin embargo, el escenario descrito es también la prueba palpable de que estamos en el camino de transformaciones históricas. Debemos ser conscientes de que, para bien o para mal, aquí ya no hay lugar para medias tintas. No hay solución de compromiso con el enemigo que se yergue, en estas horas, en todo el continente. En ausencia de dichas alternativas, sólo nos queda avanzar, profundizar las transformaciones, arriesgar el capital político adquirido en estos años de bonanza. En los años noventa, recuerdo ahora, los minúsculos reductos militantes opositores al neoliberalismo festejamos cada victoria americana como propia. Queríamos vencer, pero a fin de cuentas, gobernar era sólo el comienzo.


[1] Jim Cason y David Brooks: “Descubre el Pentágono una nueva amenaza en América Latina: el populismo radical”, en La Jornada, México, 29/03/2004.

[2] Gilly, Adolfo: “El populismo radical”, en La Jornada, México, 01/06/2004.

[3] Véase Página 12, 17/06/2008.

Razones Practicas sobre la Teoría de la Acción - Pierre Bourdieu


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Tristes Trópicos

Del capitalismo como "sistema parásito"

por Zygmunt Bauman

          El capitalismo es en esencia un sistema parásito. Como todos los parásitos, puede prosperar un tiempo una vez que encuentra el organismo aún no explotado del que pueda alimentarse, pero no puede hacerlo sin dañar al anfitrión ni sin destruir tarde o temprano las condiciones de su prosperidad o hasta de su propia supervivencia.

Del capitalismo como "sistema parásito"

por Zygmunt Bauman

          Tal como el reciente "tsunami financiero" demostró a millones de personas que creían en los mercados capitalistas y en la banca capitalista como métodos evidentes para la resolución exitosa de problemas, el capitalismo se especializa en la creación de problemas, no en su resolución.

         Al igual que los sistemas de los números naturales del famoso teorema de Kurt Gödel, el capitalismo no puede ser al mismo tiempo coherente y completo. Si es coherente con sus propios principios, surgen problemas que no puede abordar; y si trata de resolverlos, no puede hacerlo sin caer en la falta de coherencia con sus propias premisas. Mucho antes de que Gödel escribiera su teorema, Rosa Luxemburgo publicó su estudio sobre la "acumulación capitalista" en el que sugería que el capitalismo no puede sobrevivir sin economías "no capitalistas"; puede proceder según sus principios siempre cuando haya "territorios vírgenes" abiertos a la expansión y la explotación, si bien cuando los conquista con fines de explotación, el capitalismo los priva de su virginidad precapitalista y de esa forma agota las reservas que lo nutren. En buena medida es como una serpiente que se devora la cola: en un primer momento la comida abunda, pero pronto se hace cada vez más difícil de tragar, y poco después no queda nada que comer ni tampoco quien lo coma...

         El capitalismo es en esencia un sistema parásito. Como todos los parásitos, puede prosperar un tiempo una vez que encuentra el organismo aún no explotado del que pueda alimentarse, pero no puede hacerlo sin dañar al anfitrión ni sin destruir tarde o temprano las condiciones de su prosperidad o hasta de su propia supervivencia.

         Rosa Luxemburgo, que escribió en una era de imperialismo rampante y conquista territorial, no pudo prever que las tierras premodernas de continentes exóticos no eran los únicos posibles "anfitriones" de los que el capitalismo podía alimentarse para prolongar su vida e iniciar sucesivos ciclos de prosperidad. El capitalismo reveló desde entonces su asombroso ingenio para buscar y encontrar nuevas especies de anfitriones cada vez que la especie explotada con anterioridad se debilitaba. Una vez que anexó todas las tierras vírgenes "precapitalistas", el capitalismo inventó la "virginidad secundaria". Millones de hombres y mujeres que se dedicaban a ahorrar en lugar de a vivir del crédito fueron transformados con astucia en uno de esos territorios vírgenes aún no explotados.

         La introducción de las tarjetas de crédito fue el indicio de lo que se avecinaba. Las tarjetas de crédito habían hecho irrupción en el mercado con una consigna elocuente y seductora: "elimine la espera para concretar el deseo". ¿Se desea algo pero no se ahorró lo suficiente para pagarlo? Bueno, en los viejos tiempos, que por fortuna ya quedaron atrás, había que postergar las satisfacciones (esa postergación, según Max Weber, uno de los padres de la sociología moderna, era el principio que hizo posible el advenimiento del capitalismo moderno): ajustarse el cinturón, negarse otros placeres, gastar de manera prudente y frugal y ahorrar el dinero que se podía apartar con la esperanza de que con el debido cuidado y paciencia se reuniría lo suficiente para concretar los sueños.

         Gracias a Dios y a la benevolencia de los bancos, ya no es así. Con una tarjeta de crédito, ese orden se puede invertir: ¡disfrute ahora, pague después! La tarjeta de crédito nos da la libertad de manejar las propias satisfacciones, de obtener las cosas cuando las queremos, no cuando las ganamos y podemos pagarlas.

         A los efectos de evitar reducir el efecto de las tarjetas de crédito y del crédito fácil a sólo una ganancia extraordinaria para quienes prestan, la deuda tenía que (¡y lo hizo con gran rapidez!) transformarse en un activo permanente de generación de ganancia. ¿No puede pagar su deuda? No se preocupe: a diferencia de los viejos prestamistas siniestros, ansiosos de recuperar lo que habían prestado en el plazo fijado de antemano, nosotros, los modernos prestamistas amistosos, no pedimos el reembolso de nuestro dinero sino que le ofrecemos darle aun más crédito para devolver la deuda anterior y quedarse con algún dinero adicional (vale decir, deuda) para pagar nuevos placeres. Somos los bancos a los que les gusta decir "sí". Los bancos amistosos. Los bancos sonrientes, como afirmaba uno de los comerciales más ingeniosos.


La trampa del crédito

         Lo que ninguno de los comerciales declaraba abiertamente era que en realidad los bancos no querían que sus deudores reembolsaran los préstamos. Si los deudores devolvieran con puntualidad lo prestado, ya no estarían endeudados. Es su deuda (el interés mensual que se paga sobre la misma) lo que los prestamistas modernos amistosos (y de una notable sagacidad) decidieron y lograron reformular como la fuente principal de su ganancia ininterrumpida. Los clientes que devuelven con rapidez el dinero que pidieron son la pesadilla de los prestamistas. La gente que se niega a gastar dinero que no ganó y se abstiene de pedirlo prestado no resulta útil a los prestamistas, así como tampoco las personas que (motivadas por la prudencia o por un sentido anticuado del honor) se apresuran a pagar sus deudas a tiempo. Para beneficio suyo y de sus accionistas, los bancos y proveedores de tarjetas de crédito dependen ahora de un "servicio" ininterrumpido de deudas y no del rápido reembolso de las mismas. Por lo que a ellos concierne, un "deudor ideal" es el que nunca reembolsa el crédito por completo. Se pagan multas si se quiere reembolsar la totalidad de un crédito hipotecario antes del plazo acordado... Hasta la reciente "crisis del crédito", los bancos y emisores de tarjetas de crédito se mostraban más que dispuestos a ofrecer nuevos préstamos a deudores insolventes para cubrir los intereses impagos de créditos anteriores. Una de las principales compañías de tarjetas de crédito de Gran Bretaña se negó hace poco a renovar las tarjetas de los clientes que pagaban la totalidad de su deuda cada mes y, por lo tanto, no incurrían en interés punitorio alguno.

         Para resumir, la "crisis del crédito" no fue resultado del fracaso de los bancos. Al contrario, fue un resultado por completo esperable, si bien inesperado, el fruto de su notable éxito: éxito en lo relativo a transformar a la enorme mayoría de los hombres y mujeres, viejos y jóvenes, en un ejército de deudores. Obtuvieron lo que querían conseguir: un ejército de deudores eternos, la autoperpetuación de la situación de "endeudamiento", mientras que se buscan más deudas como la única instancia realista de ahorro a partir de las deudas en que ya se incurrió.

         Ingresar a esa situación se hizo más fácil que nunca en la historia de la humanidad, mientras que salir de la misma nunca fue tan difícil. Ya se tentó, sedujo y endeudó a todos aquellos a los que podía convertirse en deudores, así como a millones de otros a los que no se podía ni debía incitar a pedir prestado.

         Como en todas las mutaciones anteriores del capitalismo, también esta vez el Estado asistió al establecimiento de nuevos terrenos fértiles para la explotación capitalista: fue a iniciativa del presidente Clinton que se introdujeron en los Estados Unidos las hipotecas subprime auspiciadas por el gobierno para ofrecer crédito para la compra de casas a personas que no tenían medios para reembolsar esos préstamos, y para transformar así en deudores a sectores de la población que hasta el momento habían sido inaccesibles a la explotación mediante el crédito...

         Sin embargo, así como la desaparición de la gente descalza significa problemas para la industria del calzado, la desaparición de la gente no endeudada anuncia un desastre para el sector del crédito. La famosa predicción de Rosa Luxemburgo se cumplió una vez más: otra vez el capitalismo estuvo peligrosamente cerca del suicido al conseguir agotar la reserva de nuevos territorios vírgenes para la explotación...

         Hasta ahora, la reacción a la "crisis del crédito", por más impresionante y hasta revolucionaria que pueda parecer una vez procesada en los titulares de los medios y las declaraciones de los políticos, fue "más de lo mismo", con la vana esperanza de que las posibilidades vigorizadoras de ganancia y consumo de esa etapa aún no se hayan agotado por completo: un intento de recapitalizar a los prestadores de dinero y de hacer que sus deudores vuelvan a ser dignos de crédito, de modo tal que el negocio de prestar y tomar prestado, de endeudarse y permanecer así, pueda retornar a lo "habitual".

         El Estado benefactor para los ricos (que, a diferencia de su homónimo para los pobres, nunca vio cuestionada su racionalidad, y mucho menos interrumpidas sus operaciones) volvió a los salones de exposición tras abandonar las dependencias de servicio a las que se había relegado sus oficinas de forma temporaria para evitar comparaciones envidiosas.

         Lo que los bancos no podían obtener –por medio de sus habituales tácticas de tentación y seducción–, lo hizo el Estado mediante la aplicación de su capacidad coercitiva, al obligar a la población a incurrir de forma colectiva en deudas de proporciones que no tenían precedentes: gravando/hipotecando el nivel de vida de generaciones que aún no habían nacido...

         Los músculos del Estado, que hacía mucho tiempo que no se usaban con esos fines, volvieron a flexionarse en público, esta vez en aras de la continuación del juego cuyos participantes hacen que esa flexión se considere indignante, pero inevitable; un juego que, curiosamente, no puede soportar que el Estado ejercite sus músculos pero no puede sobrevivir sin ello.

         Ahora, centenares de años después de que Rosa Luxemburgo diera a conocer su pensamiento, sabemos que la fuerza del capitalismo reside en su asombroso ingenio para buscar y encontrar nuevas especies de anfitriones cada vez que la especie que se explotó antes se debilita demasiado o muere, así como en la expedición y la velocidad virulentas con que se adapta a las idiosincrasias de sus nuevas pasturas. En el número de noviembre de 2008 de The New York Review of Books (en el artículo "La crisis y qué hacer al respecto" ), el inteligente analista y maestro del arte del marketing George Soros presentó el itinerario de las empresas capitalistas como una sucesión de "burbujas" de dimensiones que excedían en mucho su capacidad y explotaban con rapidez una vez que se alcanzaba el límite de su resistencia.

         La "crisis del crédito" no marca el fin del capitalismo; sólo el agotamiento de una de sus sucesivas pasturas... La búsqueda de un nuevo prado comenzará pronto, tal como en el pasado, alentada por el Estado capitalista mediante la movilización compulsiva de recursos públicos (por medio de impuestos en lugar de a través de una seducción de mercado que se encuentra temporariamente fuera de operaciones). Se buscarán nuevas "tierras vírgenes" y se intentará por derecha o por izquierda abrirlas a la explotación hasta que sus posibilidades de aumentar las ganancias de accionistas y las bonificaciones de los directores quede a su vez agotada.

         Como siempre (como también aprendimos en el siglo XX a partir de una larga serie de descubrimientos matemáticos desde Henri Poincaré hasta Edward Lorenz) un mínimo paso al costado puede llevar a un precipicio y terminar en una catástrofe. Hasta los más pequeños avances pueden desencadenar inundaciones y terminar en diluvio...

         Los anuncios de otro "descubrimiento" de una isla desconocida atraen multitudes de aventureros que exceden en mucho las dimensiones del territorio virgen, multitudes que en un abrir y cerrar de ojos tendrían que volver corriendo a sus embarcaciones para huir del inminente desastre, esperando contra toda esperanza que las embarcaciones sigan ahí, intactas, protegidas...

         La gran pregunta es en qué momento la lista de tierras disponibles para una "virginización secundaria" se agotará, y las exploraciones, por más frenéticas e ingeniosas que sean, dejarán de generar respiros temporarios. Los mercados, que están dominados por la "mentalidad cazadora" líquida moderna que reemplazó a la actitud de guardabosques premoderna y a la clásica postura moderna de jardinero, seguramente no se van a molestar en plantear esa pregunta, dado que viven de una alegre escapada de caza a otra como otra oportunidad de posponer, no importa qué tan brevemente ni a qué precio, el momento en que se detecte la verdad.

         Todavía no empezamos a pensar con seriedad en la sustentabilidad de nuestra sociedad impulsada a crédito y consumo. "El regreso a la normalidad" pronostica un regreso a vías malas y siempre peligrosas. La intención de hacerlo es alarmante: indica que ni la gente que dirige las instituciones financieras, ni nuestros gobiernos, llegaron al fondo del problema con sus diagnósticos, y mucho menos con sus actos.

         Parafraseando a Héctor Sants, el director de la Autoridad de Servicios Financieros, que hace poco confesó la existencia de "modelos empresarios mal equipados para sobrevivir al estrés (...), algo que lamentamos", Simon Jenkins, un analista de The Guardian de extraordinaria agudeza, observó que "fue como si un piloto protestara porque su avión vuela bien a excepción de los motores".

© Zygmunt Bauman y Clarín, 2009. Traducción de Joaquín Ibarburu.

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