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Duelo y Adolescencia (Psicología)

INTRODUCCIÓN

En el presente trabajo investigativo, sobre la relación que existe entre “El Duelo y la Adolescencia” como tema general, se pretende desarrollar y dar un concepto acabado de lo que respecta, primeramente al “Duelo” en sí, entendido como la reacción frente a la pérdida de una persona amada o abstracción que haga sus veces, tal como lo define Sigmund Freud. Para luego relacionar dichos conceptos con la etapa o período por el que deben de transitar todos los seres humanos en edades tempranas de sus vidas, la “adolescencia” significando un período de conmoción que oscila entre lo normal y lo patológico, pero como dice Ana Freud, esta conmoción debe ser considerada como “normal”, señalando además que sería “anormal” la presencia de un equilibrio estable durante el proceso adolescente.
Sobre esta base, y teniendo en cuenta el criterio evolutivo de la psicología, es que podemos aceptar que la adolescencia mas que una etapa estabilizada es un proceso y un desarrollo; dentro del cual se van a producir innumerables cambios en el adolescente, a nivel psicológico, físico y social. Cambios que debe aceptar y superar conscientemente, para así dejar atrás la niñez e ingresar a la adultez de la mejor manera posible.
Es en este proceso donde aparecen los “Duelos” de la adolescencia, manifestándose como dolorosos, implicando una crisis seria, tristeza, y esfuerzo psíquico para superarlos. Según las ideas de Arminda Aberastury podemos decir que el adolescente realiza tres duelos fundamentales y básicos: a) El duelo por el cuerpo infantil perdido; b) El duelo por el rol y la identidad infantiles; y c) El duelo por los padres de la infancia. Pero Aberastury añade un cuarto duelo, al que parece otorgarle menor entidad, el de la perdida de la bisexualidad de la infancia en la medida que se madura y se desarrolla la propia identidad sexual.
Pero sin duda alguna, estos duelos adolescentes se ven ampliamente influenciados socioculturalmente, o sea que los duelos por los que debieron atravesar los adolescentes del pasado, claramente se puede decir que no son los mismos por los que deben pasar los adolescentes actuales.
Por último se trata el interrogante de que si en la adolescencia posmoderna, aún prevalecen los duelos que existían en tiempos pasados o ya no son parte de este proceso normal.





Capítulo I

EL DUELO

Sigmund Freud se ocupa del duelo de una manera singular, pues lo considera un afecto “normal”, incluso en comparación con el enamoramiento. En “Adición metapsicológica a la teoría de los sueños”, de 1917 dice: “Para la investigación nos servimos, con fines comparativos, de ciertos estados y fenómenos que pueden concebirse como los modelos normales de afecciones patológicas, entre ellos se cuentan estados afectivos como el duelo y el enamoramiento...” de esta manera su gran texto sobre el duelo es en comienzo el gran texto Freudiano sobre la melancolía, esa afección que los clásicos habían definido por la presencia de un profundo dolor moral, dolor de existir. En este texto pues, Freud compara la melancolía con el duelo, patológica la primera, dolor normal el segundo, que se consume espontáneamente una vez que se haya renunciado a todo cuánto se ha perdido, esto es que se haya agotado la libido puesta en ello y sea posible recuperarla para otros objetos.
Sigmund Freud dice: “La conjunción de melancolía y duelo parece justificada por el cuadro total de esos dos estados. También son coincidentes las influencias de la vida que los ocasionan, toda vez que podemos discernirlas. El duelo es, por regla general, la reacción frente a la pérdida de una persona amada o de una abstracción que haga sus veces, como la patria, la libertad, un ideal, etc. A raíz de idénticas influencias, en muchas personas se observa, en lugar de duelo, melancolía (y por eso sospechamos en ellas una disposición enfermiza)”.
“La melancolía se caracteriza psíquicamente por un estado de ánimo profundamente doloroso, una cesación del interés por el mundo exterior, la pérdida de la capacidad de amar, la inhibición de todas las funciones y la disminución de amor propio. Esta última se traduce en reproches y acusaciones de que el paciente se hace objeto a sí mismo, y puede llegar incluso a una delirante espera de castigo. Este cuadro se nos hace más inteligible cuando reflexionamos que el duelo muestra también esos caracteres, a excepción de uno solo; la perturbación del amor propio. El duelo intenso, reacción a la pérdida de un ser amado, integra el mismo doloroso estado de ánimo, la cesación del interés por el mundo exterior (en cuanto nos recuerda a la persona fallecida), la pérdida de la capacidad de elegir un objeto amoroso (lo que equivale a sustituir al desaparecido) y al apartamiento de toda actividad no conectada con la memoria del ser querido”.




EL TRABAJO DEL DUELO

Uno de los significados que tiene la palabra duelo, es la confrontación entre dos rivales potencialmente antagónicos, en la cual, uno de los dos debe triunfar sobre el otro. Freud, en su texto "Duelo y Melancolía", de 1915, presenta una propuesta que se inscribe en la lógica del duelo en que dos registros antagónicos se debaten, esto es una tendencia que empuja hacia la vida y otra tendencia que empuja a mantenerse del lado de la muerte, del lado del objeto perdido.
¿En qué consiste este trabajo? Es un procedimiento lento y doloroso que tiene como punto de partida la noticia de la pérdida de un objeto amado y como punto de llegada la renuncia y el reencuentro con un deseo por la vida, pero este proceso debe ser ejecutado “pieza por pieza” con un gran gasto de tiempo y de energía.
El trabajo de duelo entonces, se podría expresar como un proceso que está estructurado en una dialéctica, una especie de diálogo entre la realidad expresada como un mandato y la respuesta libidinal del sujeto. El Yo humano se constituye sobre una contradicción, como en una división pues vemos como una parte del Yo se sitúa enfrente de la otra y la valora críticamente, como si la tomara por objeto y la censurara y le exigiera o maltratara incluso como el propio Yo podría hacerlo con otro. Esta dualidad, esta división estructural entonces está en el fundamento de esta dialéctica.



PASOS DEL DUELO

1. En un primer avance del proceso de duelo el “examen de la realidad le ha dicho al sujeto que el objeto no existe más, que ha muerto”. Este mandato le exige retirar las cargas de libido puestas en él. A esta exigencia la respuesta subjetiva es la negación. El sujeto dice ¡No! no es posible, no puede ser, mentira, no puedo creer. Puesto que el sujeto posee una tenaz adherencia a las fuentes de placer disponibles y la dificultad a renunciar a ellas es una tendencia general del aparato psíquico que se rige por principio del placer. En el texto: “Los dos principios del suceder psíquico” Freud plantea que a pesar de la introducción del principio de realidad que se caracteriza por la atención, la percepción, la memoria, el discernimiento y el pensamiento consciente esto es, que se rige por el mandato de la realidad, una porción de nuestra vida anímica permanece disociada, libre de toda confrontación con la realidad, esta porción de la vida anímica esta regida por el principio de placer y busca su satisfacción de manera independiente, siendo así mismo lo que verdaderamente comanda las relaciones del sujeto con lo real, por paradójico que ello pueda parecer.
2. En un segundo avance, Freud antepone nuevamente lo normal como la victoria de la realidad, pero la respuesta del sujeto, es lenta, paulatina y con un enorme costo de dolor, asumir la realidad, despertar, implica un enorme gasto de tiempo y energía.
3. En un tercer avance, al imperativo de la inexistencia del objeto, le responde el sujeto conservando mientras tanto su existencia psíquica. Entonces, si en el primer avance Freud confronta al principio del placer con el principio de realidad, en este avance, confronta al objeto real con un objeto de existencia psíquica, con el cual el sujeto se ha independizado de la exigencia de la realidad. Entonces de qué objeto se trata ahora en el proceso del Duelo, de un objeto amado, idealizado, temido, odiado, pero un objeto que el sujeto ha cargado de representaciones y de libido ya no contando con los atributos propios del objeto en la realidad sino con los atributos de su propio deseo. El estatuto psíquico del objeto depende de la libidinización, de la opción del sujeto, de las respuestas del lado del sujeto.
4. Por esto, en el cuarto avance, mientras la realidad no ha cesado de exigir su obediencia, no deja de insistir en la falta, el sujeto aún da unos rodeos económicos más: “Cada uno de los recuerdos y esperanzas que constituyen un punto de enlace con el objeto es sucesivamente despertado, sobrecargado, realizándose en él una sustracción de libido”.
5. En el momento final del proceso hay por fin una renuncia al objeto, un consentimiento con su pérdida, un desprendimiento de la libido puesta en él, y es esto lo que finalmente le permite al sujeto optar nuevamente por la vida:
“El duelo mueve al Yo, a renunciar al objeto, comunicándole su muerte, ofreciéndole como premio la vida para decidirla”.

Al final pues de todo este proceso, al que Freud llama trabajo, lo que aparece de manera evidente es que el sujeto es quien realiza el trabajo y que su salida es una elección del sujeto que se plantea ya no el debate entre el principio de realidad y el principio del placer sino entre el goce y la vida. Entre permanecer aferrado al dolor como último modo de amar o apostar por un nuevo amor que sea compatible con la vida, hay un esfuerzo, un trabajo, se refiere a un acto que depende de la decisión del sujeto en tanto renuncia, dice Freud, renuncia sin duda al objeto, pero renuncia también al goce que el dolor reporta.
Así, nos muestra que esto que llama trabajo es en sí mismo un proceso, una elaboración, una formación, un tratamiento. El sujeto trata lo real, o innombrable, lo enigmático, lo imposible de soportar de la muerte, con lo simbólico, de la misma manera que en el curso de toda su obra, freud refiere al trabajo del sueño, para decir que el sueño elabora, transforma ideas latentes, huellas mnémicas carga pura sin representación de palabra, en imágenes verbales en texto consciente, legible.


TRATAMIENTOS DEL DUELO

Para concluir, me interesa revisar una afirmación Freudiana con respecto al tratamiento posible del duelo:
“Cosa muy digna de notarse, además, es que a pesar de que el duelo trae consigo graves desviaciones de la conducta normal en la vida, nunca se nos ocurre considerarlo un estado patológico ni remitirlo al médico para su tratamiento. Confiamos en que pasado cierto tiempo se lo superará, y juzgamos inoportuno y aun dañino perturbarlo”.
¿Qué quiere decir Freud cuando dice que no se debe intervenir el duelo? ¿Es una afirmación que se debe seguir al pie de la letra o hay otras consecuencias que se pueden derivar de ello y que permitan aportar una respuesta a la pregunta sobre las nuevas modalidades de intervención en el duelo?
Si el duelo es ya un proceso que indica que el sujeto ha iniciado una labor de descargar la energía libidinal del objeto perdido para reintentar vincularse nuevamente a la vida, entonces ¿qué es lo que se espera que una intervención pueda efectuar?

Si el dolor es la energía que moviliza el proceso de duelo ¿es pertinente o no, intentar suprimir el dolor?
Para Freud, hay más de una respuesta frente a la pérdida de los objetos de amor. El duelo es una de ellas, la melancolía es la salida patológica que anuncia ella misma que había una predisposición estructural para ello, el dolor y la angustia son otras que son indicadoras de que el sujeto no ha logrado hacer un tratamiento ya sea del montante pulsional en juego, ya sea del objeto en si. Adicionalmente, Freud descubre el sentimiento de ambivalencia propio de todo vínculo amoroso, es decir “el padre, la madre, el esposo, la esposa, un hermano, un hijo, un amigo, son para nosotros, por un lado, un patrimonio íntimo, partes de nuestro propio Yo, pero también son, por otro lado, parcialmente extraños o incluso enemigo”. Es una afirmación que pone en evidencia una compleja relación con el ser amado que involucra además del amor el sentimiento de odio, incluso de deseo de muerte, que luego retornará convirtiéndose en el resorte fundamental del dolor bajo la forma de culpa insensata, siendo ésta finalmente el mayor obstáculo para el proceso del duelo llamado normal o el mayor enemigo del propio sujeto en la melancolía en tanto retorna bajo la autoacusación y la idea delirante de autocastigo.
En estos casos nos encontramos frente a situaciones patológicas que bien pueden requerir de una intervención que favorezca la movilización del sujeto hacia el inicio del duelo, es decir, lo que el psicoanálisis nos enseña es que no es el duelo el que se interviene, para acelerar su proceso y jamás debe ocurrírsenos impedir su proceso, o eliminar el dolor como motor, ni desculpabilizar al sujeto.
De esta manera hemos desarrollado brevemente y a modo de introducción al próximo tema, los distintos conceptos de Sigmund Freud respecto al Duelo en términos generales y en cierta medida también sobre la Melancolía.


Capítulo II

EL DUELO EN LA ADOLESCENCIA

Arminda Aberastury y Mauricio Knobel se han detenido ampliamente en describir el proceso de duelo durante la adolescencia, en lo que ellos llaman “síndrome normal de la adolescencia”, dando por entendido que es posible encontrar aún dentro de las características de lo patológico, rasgos que, por lo frecuente, pueden y deben ser normales. Siguiendo las ideas de Aberastury podemos decir que el adolescente realiza tres duelos fundamentales:

a) El duelo por el cuerpo infantil perdido, base biológica de la adolescencia, que se impone al individuo que no pocas veces tiene que sentir cambios como algo externo frente a lo cual se encuentra como espectador impotente de lo que ocurre en su propio organismo.

b) El duelo por el rol y la identidad infantiles, que lo obliga a una renuncia de la dependencia y a una aceptación de responsabilidades que muchas veces desconoce.

c) El duelo por los padres de la infancia a los que persistentemente trata de retener en su personalidad buscando el refugio y la protección que ellos significan, situación que se ve complicada por la propia actitud de los padres, que también tienen que aceptar su envejecimiento.

Toda elaboración de duelo exige tiempo para su normal desarrollo y no tomar las características de una negación maníaca, que la emparentaría en su patología con la psicopatía.

Aberastury añade un cuarto duelo, al que parece otorgarle menor entidad, el de la perdida de la bisexualidad de la infancia en la medida que se madura y se desarrolla la propia identidad sexual. Propone también que la inclusión del adolescente en el mundo adulto requiere de una ideología, que le permita adaptarse o actuar para poder cambiar su mundo circundante.

Enlaza este proceso con el que ocurrió en la segunda mitad del primer año cuando el niño descubre sus genitales y busca simbólicamente en los objetos del mundo exterior la parte faltante. También considera que la actividad masturbatoria, a veces compulsiva tiene como objeto no solo la descarga de tensiones, sino también la de negar omnipotentemente que se dispone de un solo sexo y que para la unión se necesita de la otra parte.

La pérdida que debe aceptar el adolescente por el cuerpo es doble, por un lado la de su cuerpo de niño cuando los caracteres sexuales secundario lo ponen ante la evidencia de su nuevo status y por otro la aparición de la menstruación en la niña y del semen en el varón, que les imponen el testimonio de la definición sexual y del rol que tendrán que asumir, no solo en la unión sexual con la pareja sino en la procreación. Esto exige el abandono de la fantasía de doble sexo implícita en todo ser humano como consecuencia de su bisexualidad básica. Este collage aparece también en su personalidad. No quiere ser como determinados adultos (sus padres) y busca nuevos ideales, pero en esta búsqueda queda desamparado.

Fernández Moujan considera el duelo como el difícil proceso que realiza el Yo, consciente o inconsciente para elaborar la pérdida de un “objeto”. Trabaja sobre la especificidad del duelo adolescente, que no es un duelo puro que suponga solo una pérdida y un nuevo vínculo objetal. Durante la adolescencia la pérdida coexiste con un renacer y se observa que junto al desplazamiento narcisista de la libido y la identificación con la bondad del objeto, se realiza un proceso de desarrollo, que es la transformación de los mismos objetos en nuevas configuraciones. En este duelo especial se complementa la visión de pérdida que tiene todo cambio con la visión de descubrimiento y desarrollo que lleva implícito. Son tres procesos simultáneos, pérdida, logro y descubrimiento.

Relaciona luego el proceso de duelo con las tres etapas de la adolescencia. En la primer etapa y durante la pubertad el duelo se centra en el cuerpo, afectando especialmente al Yo corporal, que vive la doble pérdida de su cuerpo infantil y de las partes del Yo ligadas a aquel cuerpo y que constituían el esquema corporal. El cuerpo físico es vivido como un objeto extraño y cambiante para el Yo. Cuesta asimilarlo al esquema corporal. Además se realiza otro duelo, en relación con el cuerpo adulto idealizado que se esperaba tener y que la realidad confirma como distinto a lo esperado. Hay pues dos pérdidas, la del cuerpo físico y la del esquema corporal entendidas como nuestra imagen interna del cuerpo físico. Durante esta primera etapa, en la pubertad, priman las ansiedades persecutorias y se hace necesario controlarlas. También pueden aparecer equivalentes depresivos que expresan perturbaciones del trabajo de duelo: problemas de piel, obesidad, cefaleas, trastornos gastrointestinales, etc. Cuando la angustia se hace muy intensa y no se puede controlar lo más temido, que es la falta de límites, aparece como su expresión más patética el miedo a la muerte y a la despersonalización.

Durante la etapa media el duelo se centra más en el Yo psicológico, entendiendo por tal las identificaciones y la función imaginativa y pensante. En este periodo se entra en la fase de desesperación, surgida ante la percepción más total de lo perdido y de lo adquirido, ante el vacío dejado por las pérdidas objetales y de partes del yo. Es más frecuente el desarrollo de la ambivalencia con intentos de integración, asunción progresiva de la culpa y ante la negación maniaca de lo perdido puberal, se desarrolla el sentimiento de pena.

La última etapa adolescente coincide con la tercera etapa del duelo: el desplazamiento hacia nuevos objetos diferentes a los de la infancia. Hay una elección más libre de las relaciones con los objetos externos y supone el logro de una identidad básica que capacita al sujeto para estar solo, imprescindible para el logro de la identidad.

F. Moujan afirma que existe una coincidencia entre los tres momentos de duelo y los tres periodos adolescentes: En la pubertad prima el retiro del objeto (perdida), en la mediana adolescencia predominan las tendencias narcisísiticas, la idealización Yoica, las ilusiones y la participación en identidades grupales (logro). En el final de la adolescencia encontramos la vuelta al objeto externo (descubrimiento). Cuando las dificultades no permiten que se resuelva el duelo, aparecen como indicadores del mismo el resentimiento, sobre todo en la protesta puberal, el miedo, como correlato de la desesperación adolescente, o el triunfo maníaco, con el pensamiento omnipotente, las idealizaciones grupales, pseudoidentidades y vínculos de orden narcisista. Estos aspectos son los que pueden ponernos sobre aviso de un desenlace depresivo.

François, Ladame citado por Jeammet, Philippe dice: “no hay adolescencia normal sin depresión, o mejor dicho, sin momentos depresivos, ligados a sentimientos de pérdida, sin que, no obstante, se trate de enfermedad depresiva”.

Los movimientos depresivos del adolescente aparecerán como el resultado de un rechazo de una realidad decepcionante y un repliegue sobre posiciones fantasmáticas infantiles, más que con una renuncia y un abandono de los vínculos infantiles. Más que una vivencia de pérdida, la reacción depresiva estaría ligada a una “desilusión” que, al ser masiva y brutal, puede provocar una amenaza de pérdida que afecta a la vez a la integridad narcisista y a los vínculos objetales. Esta reacción de la depresión “normal” del adolescente está más próxima al repliegue defensivo en el que, tras el rechazo malhumorado del objeto, se adivina, más o menos fácilmente, la ansiosa espera de su presencia. La renuncia a los objetos parentales es tan poco manifiesta, que se perfila siempre, tras la amenaza de pérdida, la del retorno masivo, igualmente angustioso, del objeto. “De ahí la dificultad de encontrar la buena distancia relacional del adolescente, que espera ser adivinado y comprendido sin necesidad de pasar por la humillación de tener que expresar una demanda, pero teme de igual manera ser desposeído de su control. En este sentido, la descripción que hace Jeammet de la angustia del adolescente, en su deseo/temor de abandonar a los padres de la infancia.

Los adolescentes se ven obligados por eso a recurrir a una distancia física considerable respecto a sus padres, cuando no consiguen establecer una distancia psíquica simbólica con unos padres que resultan demasiado excitantes. Y si la distancia no se produce, el temor a la atracción se transforma en rechazo agresivo, con reacciones de asco, denigración y desvalorización.



Capítulo III

DUELO, ADOLESCENCIA Y CULTURA

Parece para todos, claro y constatado que la adolescencia es un periodo crucial en la vida del individuo. Es obvio que supone una crisis, que como toda crisis es revulsiva y conlleva pérdidas y logros, que estas pérdidas se vivencian con dolor, y que la aflicción es uno de los sentimientos que inundan al joven. Ahora bien, nos preguntamos, ¿tiene que ser siempre así?, ¿por qué es tan dramático a veces este tránsito?, ¿cómo podemos encarar y entender este proceso?, ¿qué otras alternativas existen?, ¿cuál es la especificidad, si la tiene, del duelo adolescente?

Quisiera citar un fragmento del sermón de Benarés pronunciado por Buda en el libro, dedicado a la elaboración de los duelos de I. Caruso, “La separación de los amantes”. Dice así: “¿Qué es, pues, el sufrimiento? Nacimiento es sufrimiento, vejez es sufrimiento, enfermedad es sufrimiento, muerte es sufrimiento, estar unido a alguien en el desamor es sufrimiento, no lograr lo que se desea y aspira también esto es sufrimiento”.

Vivir implica pasar necesariamente por una sucesión de duelos. El crecimiento por sí mismo, discurrir de una etapa a otra, involucra pérdidas de logros, de relaciones, etc., que impactan al Yo como procesos de duelo. Cada etapa de la vida, ha de pasar por una fase crítica, de elección y/o renuncia y supone una resolución positiva o negativa de la misma. Tanto la infancia, como la niñez temprana, la adolescencia, en la edad adulta, en la madurez y no digamos ya en la vejez, uno se va enfrentando a pérdidas, a duelos, es la muerte real y/o simbólica de aquello que consideramos nuestras más queridas pertenencias, nuestros objetos de amor y fragmentos de nosotros mismos.

¿Qué hace que el duelo adolescente sea tan dramático y caótico?, y ¿tiene qué ser inevitablemente así? El periodo puberal y la adolescencia es en muchas culturas un proceso que no supone un cataclismo emocional y que los jóvenes, una vez superado el rito iniciático, presente en otras culturas, son integrados en la sociedad de los adultos. Adolescencia no es equiparable a tensión y conmoción sino que depende de las condiciones culturales por las que esté determinantemente influida.

Desde el proyecto inicial del niño en la mente de los padres, hasta que éste se convierte en un adulto, el resultado no sólo depende de su historia, sino también de la historia de sus padres, y de los padres de sus padres que le inscribieron en una cultura, dentro de una sociedad y proviniendo de una familia. Estos son mensaje inconscientes son transmitido de generación en generación, en lo que algunos autores llaman “telescopaje entre generaciones”, que hace “resucitar”, al cabo de dos o tres generaciones, situaciones o actitudes que han quedado plasmadas en el inconsciente del individuo, transmitidas de una manera no verbal e inconsciente y que explicarían determinados rasgos de carácter que salen a la luz después de décadas, en otra generación.

Nuestra sociedad actual presenta características que modulan y condicionan la evolución y duelo del adolescente: la edad en la que tiene lugar la pubertad biológica se ha adelantado y sin embargo el tiempo requerido en preparar al adolescente para su ingreso en la adultez y su independencia, se prolonga. La sociedad, nuestra cultura, se lo impone, y permanece más tiempo del deseado, en una adolescencia forzada, en casa de sus padres. Cada vez son más frecuentes las familias monoparentales, las mujeres que voluntaria o involuntariamente son el único progenitor visible, y que no cuentan en muchos casos con un contrapeso que sirva de soporte para integrar los aspectos escindidos de la relación. Vemos que muchas familias se estructuran alrededor de un único hijo, príncipe o princesa nunca destronado, donde la proyección del narcisismo de los padres se ha centrado, tanto más por la larga espera y/o la exclusividad. Es sobre este chico sobre el que se han depositado todas las exigencias y las necesidades de los padres, que si bien todo lo dan (se sobreentiende que “todo” es todo lo material) también todo lo reclaman.

Al duelo del adolescente por sus imágenes idealizadas, al desengaño de los jóvenes por sus padres a los que en muchas ocasiones desprecian o compadecen, se opone el duelo a su vez de los padres que se ven enfrentados a través del hijo, esta vez ya siendo su propio portavoz, a su propia madurez. A la crisis de la adolescencia, corresponde en los padres la crisis de la madurez, que necesita, esta vez sí, un verdadero duelo, al enfrentarse, sin más moratoria, con la realidad y con la distancia entre sus realizaciones y los ideales.

Tenemos pues por un lado un joven que va declinando paulatinamente la dependencia que tenía con sus padres, y la necesidad de ellos, retirando parte del soporte narcisista que ambos se suministraban. A esto se añade la también paulatina homologación del hijo con sus padres. El hijo está disfrutando de su esplendor físico, de su vigor y potencia máxima, con sus rasgos de vitalidad exultante, en comparación con los padres que se empiezan a encontrar con síntomas de vejez. Y ello bajo la perspectiva de nuestra sociedad que premia y busca la “juvenalización” en todos los órdenes y estamentos, y donde ser mayor es equiparable a ser decadente, viejo, pasado de moda, en muchos casos jubilado y por lo tanto inservible. Además la madurez de los padres lleva aparejada la vejez y muerte de la generación que le antecede, dándole un nuevo significado a su propia vida, a su propia adolescencia, en relación con sus hijos, también en su propia posición como hijo, en su lugar en la cadena generacional y en su propia vejez y muerte.

La adolescencia es un periodo crítico en el desarrollo del ser humano y como toda etapa crítica lleva aparejada turbulencia, desasosiego, cambio, pérdidas que son vividas con angustias y aflicción. También es un tiempo de renovación, de adquisiciones internas dentro del aparato psíquico, y externas, en el cuerpo, en el lugar dentro de la familia, de la sociedad. Las adquisiciones son experimentadas con alegría y júbilo, a veces exultante y no por ello maníaco. Quiero decir que en muchas ocasiones se patologíza lo que son procesos normales y saludables, aunque incómodos para los adultos que rodean al joven. Y este proceso, como antes señalábamos, no es solo intrapsíquico, sino también interpersonal y socio cultural.

Cuando sobre el muchacho se han proyectado los ideales paternos no conseguidos, cuando el grado de exigencias es excesivo, y lo que se premia y reconoce no es el esfuerzo, sino el triunfo (y si puede ser en cinco meses, mucho mejor). Cuando hay una tal exaltación de la juventud que los padres están compitiendo con sus propios hijos para resultar y parecer igual de jóvenes, con lo que la ley generacional se disipa, nos encontramos con muchachos asustados ante todo lo que se espera de ellos, con un sentimiento de insuficiencia y de vacío, e incapaces de afrontarlo. Tampoco se les ha preparado para ir aceptando, las sucesivas castraciones por las que normalmente uno se va aceptando y adecuando capacidades con realizaciones. La huida se impone como defensa. Entonces si, nos encontramos con la cristalización de la patología en forma de depresión.


Capítulo IV

DUELOS EN LA POSMODERNIDAD

La posmodernidad ofrece una vida soft, emociones light, todo debe desplazarse suavemente, sin dolor, sin drama, sobrevolando la realidad. Es licito entonces preguntarse si, dentro de ese marco, hay lugar para los duelos en la medida en que estos son dolorosos, implican una crisis seria, tristeza, y esfuerzo psíquico para superarlos.
Consideremos cada uno de los duelos, por separado:
a) El duelo por el cuerpo infantil perdido:
En la modernidad, el bebé, el niño eran modelos estéticos, se los pintaba, esculpía, grababa, para no perder ese momento de máximo esplendor, esa cercanía con la belleza angelical. El adulto joven constituía el ideal estético por excelencia y el adulto maduro, por su parte, alcanzaba un cuerpo con características definidas.
En ese contexto, el adolescente lucía un cuerpo desgraciado. Nada se encontraba en él de admirable, estéticamente rescatable. Es verdad que aun hoy nadie postula como admirable la cara cubierta de acné ni los largos brazos o piernas alterando las proporciones, pero también es cierto que la mirada que cae hoy en día sobre el adolescente es muy diferente. Su cuerpo ha pasado a idealizarse ya que constituye el momento en el cual se logra cierta perfección que habrá que mantener el mayor tiempo posible. ¿Qué ha pasado con el duelo por el cuerpo de la infancia que hacía el adolescente moderno, en una adolescencia que solo era un pasaje de la niñez a un ideal adulto? El adolescente posmoderno deja el cuerpo de la niñez pero para ingresar de por sí a un estado socialmente declarado ideal. Pasa a ser poseedor del cuerpo que hay que tener, que sus padres (¿y abuelos?) desean mantener; es dueño de un tesoro.
Por lo tanto no habrá una idea neta de duelo, de sufrir intensamente la perdida del cuerpo de la infancia. ¿Puede haber un duelo por el cuerpo de la infancia o “no hay drama”?

b) El duelo por los padres de la infancia:
Los padres de la infancia son quizás los únicos “adultos” en estado puro que se encuentran a lo largo de la vida. Ir creciendo significa, en cambio, descubrir que detrás de cada adulto subsisten algunos aspectos inmaduros, impotencia, errores. La imagen de los padres de la infancia es producto de la idealización que el niño impotente ante la realidad que lo rodea y débil ante ellos desarrolla como mecanismo de defensa.
Ir creciendo, convertirse en adulto significa desidealizar, confrontar las imágenes infantiles con lo real, rearmar internamente las figuras paternas, tolerar, sentirse huérfano durante un período y ser hijo de un simple ser humano de allí en más.
Pero este proceso también ha sufrido diferencias. Los padres posmodernos, buscan como objetivo ser jóvenes el mayor tiempo posible, desdibujando al hacerlo, el modelo de adulto que consideraba la modernidad. Si ellos fueron vestidos como pequeños adultos, ahora se visten como sus hijos adolescentes. Si recibieron pautas rígidas de conducta, al momento de educar a sus hijos renuncian a ellas, pero no generan otras nuevas muy claras, o improvisan, en la medida que la necesidad lo impone, alguna pauta que a veces suele ser tardía. Si fueron considerados por sus padres incapaces de pensar y tomar decisiones, ellos han pasado a pensar que la verdadera sabiduría esta en sus hijos sin necesidad de agregados, y que su tarea es dejar que la creatividad y el saber surjan sin interferencia. Si sus padres fueron distantes, ellos borran las distancias y se declaran compinches de sus hijos, intercambiando confidencias.
A medida que fue creciendo el niño de estos padres, no incorporó una imagen de adulto claramente diferenciada, separada de sí por la brecha generacional y cuando llega a la adolescencia se encuentra con alguien que tiene sus mismas dudas, no mantiene valores claros, comparte sus mismos conflictos. Ese adolescente no tiene que elaborar la perdida de la figura de los padres de la infancia como lo hacia el de otras épocas. Al llegar a la adolescencia esta más cerca que nunca de sus padres, incluso puede idealizarlos en este período más que antes. Aquí difícilmente haya duelo y paradójicamente se fomenta más la dependencia en un mundo que busca mayores libertades.

c) El duelo por el rol y la identidad infantiles:
¿Qué significa ser niño? Ser dependiente, refugiarse en la fantasía en ves que afrontar la realidad, buscar logros que satisfagan deseos primitivos y que se obtienen rápidamente, jugar en vez que hacer esfuerzo. Si se hace referencia de un niño en edad de incorporarse a un jardín de infantes, nos encontramos con alguien que se cree capaz de logros que en su mayoría no le son posibles y ante los cuales sufre heridas muy fuertes en su autoestima, una personita incapaz de esperar para lograr lo que quiere y un ser humano a quien lo le importan demasiado los otros miembros de su especie, en la medida que no es capaz de compartir nada con ellos.
Es necesario diferenciar dos conceptos psicoanalíticos que suelen confundirse: El “Yo ideal” y el de “ideal del Yo”. Ante una imagen real de sí mismo poco satisfactoria, el niño desarrolla una imagen ideal un “Yo ideal” en el cual refugiarse. Lo hace en base a la imagen omnipotente de sus padres y ante una realidad frustrante que promueve esa imagen todopoderosa de sí mismo. Esto le permite descansar, juntar fuerzas y probar de nuevo ante un error. En un desarrollo normal ese Yo ideal se va acotando a medida que la realidad le muestra sus límites.
De acuerdo a los valores que lo identifican, el Yo ideal es: omnipotente, no puede esperar para satisfacer sus deseos y no es capaz de considerar al otro. Hace sentir al niño que es el centro del mundo, es la expresión de un narcisismo que no admite a otros. Cuando el niño no logra lo que quiere o siente que los adultos se ponen en su contra, sufre por su Yo ideal maltratado.
Los padres primero y los maestros después, tienen la difícil tarea de provocar la introyección de otra estructura, el “ideal del Yo”. Si el Yo ideal es lo que él desea ser, el ideal del Yo es lo que debe ser y a quien a menudo le cuesta parecerse. Ese ideal del Yo también muestra sus propios valores: esfuerzo, reconocimiento y consideración hacia el otro, así como postergación de logros.
¿Qué ocurre con el adolescente? Este es el momento donde termina de consolidarse el ideal del Yo, en una esfera donde confluyen padres, docentes y la sociedad. Pero ¿Qué sucedería si la sociedad no mantiene los valores del ideal del Yo, y en cambio pone como modelo los valores del Yo ideal?
Pensemos en lo que se difunde constantemente por los medios: dietas, gimnasia sin el menor esfuerzo, tarjetas de crédito, compras telefónicas para no postergar ningún deseo, competencia laboral que significa eliminar al otro, etc. Estos son los valores del Yo ideal que en otras épocas podía ser solo una fantasía pero no ser consagrados socialmente. La sociedad moderna consagraba los valores de un ideal del Yo: la idea de progreso en base al esfuerzo, el amor como consideración hacia el otro, capacidad de espera para lograr lo deseado. Lógicamente los valores del Yo ideal existían pero eran inadmisibles para ser propagados socialmente. En cambio en la sociedad posmoderna los medios de comunicación divulgan justamente los valores del Yo ideal, o sea que donde estaba uno ahora esta el otro y hay que atenerse a las consecuencias.
En base a lo desarrollado se puede deducir que los valores de la infancia no sólo no se abandonan sino que se sostienen socialmente, por lo tanto no parece muy claro que haya que abandonar ningún rol de esa etapa al llegar a la adolescencia. Se podrá seguir actuando y deseando como cuando se era niño, por lo que aquí tampoco habrá un duelo claramente establecido.



CONCLUSION

La adolescencia es una etapa del desarrollo humano, que se caracteriza por profundos cambios biológico, psicológico y social.
Se divide, en tres etapas: Pubertad, Adolescencia media y Adolescencia tardía, cuyo inicio se dará hacia los 12, 13 ó 14 años de edad aproximadamente para extenderse hasta los 18 a 23 años de edad y más en ciertos casos. Y las características de dichas etapas varían de un sujeto a otro.
Está caracteriza por ser un período de duelos, resumidos en tres por Arminda Aberastury, que son: la pérdida del cuerpo infantil; la pérdida de los roles e identidad infantiles; y de los padres de la infancia; y que ella le adhiere un cuarto duelo que trata sobre la pérdida de la bisexualidad infantil. Durante esta etapa el adolescente lucha por construir una realidad psíquica, reconstruir sus vínculos con el mundo exterior, y encontrar su propia identidad.
Como dice Fernández Moujan, considero que el duelo en este período de la vida, no es puro cien por ciento, ya que no hay una perdida y un nuevo vínculo objetal, en la medida en que es definido el duelo por Sigmun Freud. En la adolescencia toda pérdida es proseguida por un renacer, o sea que se produce un proceso de cambio y/o transformación, donde se ve afectado el Yo del adolescente.
Son muchos los cambios psicofísicos que debe asimilar el púber, que a su vez influyen o son influidos recíprocamente por lo sociocultural. Pero este proceso, doloroso, frustrante y de gran gasto energético, es normal y común a todas las personas, siempre y cuando se de en este período, ya que es normal que en el paso por la adolescencia se padezca algún tipo de melancolía o depresión como parte del proceso mismo, pero si ello sucede en una persona adulta por ejemplo, debe pensarse ya, en una patología.
En la adolescencia tardía, se produce la elección de la profesión, la cuál es consecuencia de la pregunta de "¿Hacia donde voy?". Los adolescentes tienen que tratar con la influencia de sus compañeros, padres, profesores y sus propios deseos, para decidir su vocación.
El final de la adolescencia se produce cuando el sujeto empieza a desarrollar y asumir tareas propias del adulto joven, como por ejemplo, la elección y responsabilidad de un trabajo, el desarrollo del sentido de intimidad (que más tarde va a conducir a la constitución del matrimonio y la paternidad). Se produce el reconocimiento del sí mismo como un ser adulto.
Algo muy importante e influyente en todo este proceso de cambios que sufre el adolescente, es el entorno del mismo, ya sea desde lo más cercano que es la familia, hasta la sociedad misma y la cultura de ésta.
Hoy en día, el adolescente sufre cambios totalmente diferentes a los que debió enfrentarse el adolescente moderno, cambios referidos a lo psíquico y relacionados a los duelos que enuncia Arminda Aberastury, todo basado en cambios propios de la evolución de la raza humana, cambios estos que muchas veces fueron o son perjudiciales.
Existen autores que consideran como inexistentes en la actualidad, los duelos de la adolescencia, pero personalmente considero que los adolescentes posmodernos siguen sufriendo y/o padeciendo por el período que deben de atravesar, condicionados sí por la familia, la sociedad y la cultura en que se desarrolla cada caso en particular. No quiero ser exagerado pero me atrevería a decir que el adolescente posmoderno sufre mas las consecuencias del pasaje por dicho período que su par moderno, justificando mi postura en que hoy día con el avance tecnológico, la aceleración del ritmo de vida diario, la perdida de valores esenciales o degeneración en muchos casos de los mismos, entre otros tantos, conllevan a una mayor exigencia para el adolescente actual, quien no está preparado para asimilarlo, ya sea por falta de educación, por cuestiones económicas, prejuicios, etc. Hoy en día algo muy común en la sociedad argentina es que los adolescentes “quemen” etapas, por decirlo de una manera vulgar, en otras palabras pasan de la niñez, forzados por cuestiones particulares como el hecho de ser padres muy jóvenes por ejemplo, a la adultez, dejando pendientes tantas etapas.
Esta cuestión de “vivir a mil por hora” como se dice hoy, puede resultar perjudicial, a corto o largo plazo, para dichos adolescentes, sencillamente porque no se cumplió el proceso necesario y paso por paso, sin obviar ninguno, durante la etapa de la adolescencia.
Esto sin duda alguna conlleva a una cascada de conflictos e inconvenientes que pueden ir desde padres muy jóvenes, padres adolescentes, que mas que padres son como hermanos y/o amigos de sus propios hijos; hasta marcadas tendencias suicidas que surgen como única escapatoria y/o solución a sus problemas.
Para finalizar quiero remarcar la idea de que toda elaboración de duelo exige tiempo para su normal desarrollo, y no llegar así a tener que padecer los problemas propios del adolescente actual, o si se quiere no llegar al extremo de tomar las características de una negación maníaca, que la emparentaría en su patología con la psicopatía.


BIBLIOGRAFÍA

FREUD, Sigmund. Duelo y Melancolía. 1974, Madrid, Biblioteca Nueva.

FREUD, Sigmund. Consideraciones sobre la Guerra y la Muerte, Nuestra actitud sobre la muerte, Tomo II.

ABERASTURY, Arminda y KNOBEL, Mauricio. La adolescencia normal, Un enfoque psicoanalítico. 1994, 2º reimpresión, Buenos Aires, Editorial Paidos.

QUIROGA, E. Susana. Adolescencia: de la metapsicología a la clínica. 1984, Buenos Aires, Amorrontu editores.